[...]-¡Déjeme
seguir sin interrupciones o me corto las venas!- amenazo en un exabrupto y con
un cuchillo virtual humeante, traspaso mi muñeca con el canto de la mano -.
Cinco segundos -digo-. Sí fueron cinco segundos- reitero.
La
doctora se encamina hacia el centro de la habitación, dejando la mesa
atrás, la luz se intensifica hasta que
me ciega parcialmente, solo consigo
ver, entre contraluces, brillos y reflejos, contrastes de sombras en desaparición; los brazos articulados de las
lámparas parece que se mueven, noto que voy a desmayarme.
(A través de la ventana de la
clínica, cae la tarde destrozada sobre soles cuadrados, fragmentados, azules, que, como la pena, suelta mares sin sal. La sombra de las lámparas, la pared del
fondo y el techo completamente rectangular, hacen asemejarse al despacho a un teatro de sombras chinescas. Siento que la figura de la doctora a
contraluz se transforma en un inmenso escarabajo que empuja mi sombra, una bola
de estiércol con una mancha de semen, hacia los umbrales de lo reconocible.)
NOVENA PREGUNTA.
METAMORFOSIS
-¿Y..?
-¿Y qué, doctora?-. No puedo decir, su olor, su cuerpo
altivo radiante y bello, me desata una pasión sexual descontrolada, me intento
acercar a Elle, quiero besarla, pero no puedo, estoy paralizado, porque...me
desvanezco, me mareo, me siento
voltear.
La
habitación, ahora totalmente magenta y borracha, gira y tambalea los esputos y
ventosidades de mi cuerpo esférico, noto que todos mis pensamientos y
sentimientos están solidificándose, ¡son materia viva!, crecen rápidamente como
un alúd de piedras, y los siento caer al contacto con la gravedad, cuya idea
toma forma de un martillo muy pesado, entre aturdido y confuso entreveo brazos
que crecen desde el cuerpo metálico de las lámparas; los tentáculos,
articulados con tenazas en sus extremos, me empujan más allá de las formas, ya
reales, de los nombres de las cosas y de las crisálidas que colmatan, a gran
velocidad, las ventanas de la clínica; más allá de
las raíces entrelazadas, como dedos, en que se están convirtiendo las cortinas,
más allá de las respuestas impuras, de
los laberintos de mis complejos, mi boca
escupe luciérnagas húmedas, pensamientos no dichos que, al contacto con
el exterior, arden, chispean y hacen movimientos zigzagueantes cada vez de
menos amplitud, hasta que, perdida la inercia, se quedan estáticos y titilando:
¡Las teas incandescentes se convierten en estrellas, de un universo
nuevo!
Yo continuo rodando, como un bobina de lana, y empujado por el
incansable escarabajo, recorro la trayectoria de un vals muerto, de una canción
pegadiza, del sonido toxoplasmótico de un reloj al caer:
...La rotaciones y las
incisiones de los tentáculos del bicho, me empujan al vacío de lo no nombrado,
y atenazaban mis deseos, que se transformaban
en peces de jardín (escultura marmórea de peces muertos en un jardín de
otoño ó carpas rojas del estanque llamado Balbuceo) y en pirámides de dolor. Caigo a través de toda la tierra,
en los Ayes de una espiral, en un vértigo anormal de heliotropo y, como en un
túnel, los lagos recubiertos de rayos lentos y llenos de orificios me esperaban
a la salida
-Estoy llegando al fondo de mi
ser –siento-. Recuerdo que los pueblos indios, creen que si se deja caer
un martillo en el interior de nuestro cuerpo tarda cinco días en llegar a su
fondo, al fondo de uno mismo-. Si he tardado menos o más alguien lo
sabrá...:
“pero de lo que no me cabe la
menor de lo que es que lo que si sé es que con toda
seguridadpongolasmanoenelfuegoquememueraahoramismotoquefondoapuestoy”
-repito neuróticamente este
sonete grabado en mi mente como un petroglifo, hasta que
vuelvo en mi y grito:
-Al fin llegué al fondo-. Grité
-Al fin he llegado al fondo...
...¡Allí estaba, el fondo!
- Joe, tumbado, me miraba, estaba
esperándome [...]