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domingo, 30 de noviembre de 2014

LINEA










D. Cecil Benafonte, el del puente, era considerado por muchos como un mal músico.
Al final del cable, una bombilla colgada, como  ojo salido de su órbita, tambaleante, iluminaba el áspero empedrado; y la noche era tan fría como su música -la de el, la de Cecil Benafonte-.
Todas las luces, salvo la de la bombilla, estaban apagadas, pero nadie parecía darse cuenta: ni el grupo de alborotadores, ni el gato, ni siquiera las polillas, que seguían parpadeando a esas horas de la madrugada.
D. Cecil dejó de soplar y metió en su maleta todo: el saxofón, el petril, la botella, la partitura...
Su melodía eran rimbombante, átona, dispersa, y perturbaba a inocentes y vecindario; su día había sido malo, mal día de noviembre: por la mañana, no comió; por la tarde, se emborrachó; por la noche, perdió todo: murió.
-¡Cecil!, te he dicho que vengas
-Tiene que rellenar esto, Benafonte
-¡Sí, mama!
-¡Claro!, señora...
-¡Bah, ni puto caso.
Cecil Benafonte, los alborotadores y las polillas no habían cenado; el gato, sí.
Todo iba mal; sin embargo, la posada estaba cerca
Todo iba mal; por ello, Cecil Benafonte decidió irse a dormir:


-Busco antiguos trucos que me acordonen; que me aten, de nuevo, a la realidad, y acelero el ritmo.

-Mis sombríos pasos resuenan en la calle, y deambulan en mi mente, dejando un temblor de labios y hojas. Estoy en un lugar conocido, y nada está en su sitio; una idea me martillea: antes de llegar a la posada, necesito una sobredosis de alcohol. 
En una esquina, un puesto ambulante expone varios vasos vacíos de distintos colores y tamaños; y una anciana, que está haciendo ganchillo, me ofrece una poesía y un sorbo; señalo el vaso más alto, que está fuera de mi alcance. La anciana, sosteniendo con las dos manos una gran botella de ron colmata el vaso, y, en ese mismo momento, me doy cuenta de que mis bolsillos están llenos de agujeros, y que se va a desparramar todo el líquido. -¡Un colador, en eso me he convertido! -eso digo-. En un sonido de CLINCH, CLINCH, más que de PLOFF, PLOFF; un halo de luz puntea los brillos metálicos que emito. 
Aún así, exprimo el vaso y no dejo ni gota. Tengo una revelación, o mejor, mi mente se bifurca: o salvo a cualquiera de una muerte segura, y me voy al río con la esperanza de que alguien se intente suicidar; o pienso en el Paraíso Terrenal. 
Dilucido y opto por descartar la opción uno-dos